¿Por qué enseñar ética es una pérdida de tiempo?

GarciaPimentel

A LAS COSAS POR SU NOMBRE/Francisco García Pimentel

Empiezo diciendo que tengo el privilegio de impartir la materia de Ética de los Negocios en la universidad. Continúo con dos paréntesis:

Uno; que creo que todos los maestros de todas las materias hacen o deberían lo mismo: inspirar a sus alumnos a descubrir la verdad y actuar en consecuencia. Y decirles: vale la pena.

Dos; que de hecho no existe la “ética de los negocios”, igual que no existe la “ética del futbol” o la “ética de ir al cine los jueves”. Existe la Ética así, sin apellidos, y se vive en todas las profesiones y momentos; o no se vive. No hay que hacerla más complicada de lo que es.

Dicho lo anterior, lanzo la pregunta que no pocos me han hecho: ¿Los jóvenes de hoy no entienden de ética?

Mi experiencia en el aula me da una respuesta veloz: los jóvenes entienden perfectamente de ética. Cuando se les plantean casos hipotéticos, teoría o ejercicios, el 90% de las veces aciertan, aún sin saber de teoría filosófica. << ¿Debe esta empresa hacer esto, o lo otro?; ¿Debe Pedro hacer aquello, o lo de más allá?>> Y aciertan. Casi siempre, aciertan. Su intuición ética natural es envidiable; y mejora si se apoyan con herramientas y parámetros objetivos.

De solo ver el resultado en el aula, podría creer que estamos en una nueva era de iluminación moral, y que pronto viviremos en un nirvana de bondad y rectitud. Adiós corrupción, crimen y perversión. Un México ético y posible.

Pero no: la realidad parece ser la opuesta. Enseñamos ética en las aulas y luego salimos a explotar a los empleados y a dar sobornos y a engañar a nuestras esposas y a maltratar a los pobres. ¿Qué demonios pasa aquí? ¿Son todas las clases de ética una pérdida de tiempo? ¿Hemos sido engañados por Platón?

De vuelta al aula. Lamentablemente, el relativismo y corrección política hacen estragos a nivel operativo. Es decir; aunque a veces los alumnos “saben” lo que está bien; no lo defienden o expresan por temor a represalias sociales. Prefieren decir “cada quien su vida” y ahorrarse el debate y el problema.

Cuando se trata de decisiones personales, las patologías corpóreas y la racionalización del individualismo les hacen traición. Saben que “hacer esto está mal, en principio”, pero piensan que “en este caso, solo en este caso, hay una excepción. Por alguna razón, YO soy la excepción a la regla cósmica. Y tengo hambre”. Y así es como de Platón a la boca, se cae la sopa.

Aristóteles no estaba errado cuando afirmaba que la ética es un conocimiento práctico; es decir, ante todo una virtud; un hábito operativo que nos lleva a actuar bien. La diferencia entre la teoría ética y la virtud de la ética, es la diferencia entre saber cómo escalar el Everest (por el suroeste) y escalarlo. Lo segundo implica lo primero; pero no al revés.

Por eso, la labor de un profesor de ética (¡como yo!) es fundamental, pero lo es mucho más la labor del resto de los profesores, de los padres y tutores; de los familiares y amigos. Más aún, la lucha personal por la virtud. Yo les puedo dar el mapa de la montaña, pero escalarla es otro asunto. Para eso, como en cualquier otro hábito, lo único que suma es la repetición diaria y cotidiana de los actos.

Día con día, hora tras hora, cada mañana: templanza, fortaleza, resiliencia, congruencia, orden, veracidad, honestidad, audacia. Y hacerlo con inteligencia y absoluta libertad. Día con día, año con año.

Lamento romper la burbuja, pero enseñar ética es una absoluta pérdida de tiempo si no se conecta con hábitos prácticos. La ética es virtud; se parece más a un deporte que a una fórmula matemática, y a nadie se le ocurre enseñar futbol en el aula, sin balón, sin cancha y sin partidos. No tiene sentido.

La casa y el aula deben de ser escuelas de virtudes; universidades de hábitos. De los músculos de estas virtudes están hechos los líderes trascendentes, los empresarios exitosos, los deportistas capitanes, los padres y madres de categoría, los millennials alfa, los estudiantes de diez, los emprendedores brillantes. Tener un mapa. Dar un paso. Otro paso. Caer y levantarse y dar otro paso.

Si la receta te parece simple es porque lo es. No es solo la mejor; es la única.

Un México ético es posible, claro. Pero no hay atajos. Hay que estar decididos a escalar esa montaña, y empezar hoy mismo, y continuar cueste lo que cueste. Quien sea que prometa otra cosa, o está loco o está mintiendo.

En cualquiera de ambos casos, lo espero en mi clase de ética. Es los martes por la tarde. Hay que traer cuaderno.

El autor es abogado y master en política global. Autor de El Reto Millennial. Carece del 73% de las virtudes aquí presentadas. No dirá cuáles. Fan de Mafalda. Síguelo en twitter @franciscogpr

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