¿Se necesita el horario de verano?

PUNTO CRÍTICO/Gabriel Torres Espinosa

El día de ayer entró en vigor el horario de verano. Se trata de una práctica que en México se realiza desde 1996.

El propósito de la medida es el ahorro energético, con la intención de sincronizar o empatar las horas de luz solar con el horario laboral.

En 1916, el Imperio Alemán fue el primer Estado–nación en implementarlo, en virtud del ahorros de carbón que propiciaría: un commodity [materia prima] estratégico para la Primera Guerra Mundial.

Sin embargo, el cambio de horario comenzó a generalizarse en el Orbe a partir del año 1974, con la primera crisis del petróleo, a efectos de amainar el consumo de electricidad derivado de las bombillas incandescentes [el foco tradicional, patentado por Thomas Edison en 1880]. Actualmente, son 81 países son los que realizan esta práctica.

No obstante, los supuestos beneficios del horario de verano son cada vez más cuestionados por la comunidad científica internacional. Estudios realizados en Estados Unidos han revelado que si bien el cambio de horario “alinea nuestras vidas con la parte más caliente del día”, la población tiende a utilizar más el aire acondicionado o el ventilador; además de que al levantarnos con menos luz, se usa más la electricidad.

Muchos médicos se han pronunciado en contra también, al destacar que el cambio de horario produce desajustes en el cuerpo humano, que repercuten en la vigilia, el sueño, los hábitos alimenticios y hormonales.

Al respecto, la Edición Española de la revista Scientific American señala: “otros estudios han apuntado que el cambio de horario podría provocar más accidentes de tráfico [al alterar los ritmos biológicos y privar del sueño]; e incluso un mayor riesgo de ataques al corazón [según un estudio sueco, su incidencia aumenta bruscamente entre el 5 y el 10 por ciento durante la primera semana tras el adelanto de hora]”.

En pleno siglo XXI, es un hecho que apenas una ínfima parte del consumo energético tiene relación con el uso del foco.

Más aún, los focos tradicionales o bombillas incandescentes [son los que el 85% de su consumo eléctrico lo convierten en calor, y apenas el 15% en luz], actualmente, están prácticamente prohibidas o fuera del mercado en todo el Mundo: p. ej. la Unión Europea les dijo adiós en 2012; y, de acuerdo a ONU, México tiene hasta 2020, para erradicarlas totalmente del mercado.

Ahora, estos focos han sido sustituidos por los fluorescentes [conocidos como ‘ahorradores’] y de iluminación led.

Aunado a lo anterior, la proliferación, adquisición y uso exponencial de los dispositivos móviles [Smartphone, Tablet], computadoras y laptops, televisores, aires acondicionados y demás, sitúan predicamento el ahorro energético derivado del uso del foco, un argumento apenas entendible en buena parte del siglo XX. El supuesto ahorro, concluido hace décadas, es de evaluarse hoy a la luz de las circunstancias actuales…

Director general de la Operadora SURTyC de la U de G

@Gabriel_TorresE

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