1968: lo que pudo haber sido y no fue (Parte 1)

CESAR-NUEVARESTAURACIÓN/César Ruvalcaba

Hace ya 50 años de aquel 2 de octubre que no se olvida. Nos queda el slogan y algo más; poco más. Fuera del simbolismo arraigado en el imaginario colectivo, del espacio que ocupa esta fecha en la narrativa histórica que nos construimos, su legado es, cuando menos, borroso.

La memoria popular ha confeccionado una anécdota que nos cuenta de la resistencia de una generación frente a la represión del poder; del valor y el coraje de los estudiantes que lucharon por un mejor lugar para todos.

Se suele vincular el movimiento del sesentayocho al surgimiento de la verdadera democracia nacional y a la posterior alternancia presidencial (32 años después).

Todo esto puede ser verdad pero –en retrospectiva- ¿cuál es el legado del dos de octubre en la conciencia de las nuevas generaciones? ¿qué valores y luchas se han logrado consolidar a través del tiempo? ¿nos hizo más participativos políticamente? ¿nos legó una cultura política más social? ¿nos enseñó que vale la pena disputar nuestras causas? ¿nos dotó de una mejor conciencia de clase? ¿qué ocurrió con las reivindicaciones? ¿qué pervive de aquellos sueños?

En estas notas intento plantear un simple boceto sobre un periodo convulso, contradictorio y decisivo de la historia del siglo XX. Es solo una reflexión para pensar, desde otra trinchera, este movimiento. No existe ninguna pretensión académica así que pido que no se juzgue desde ahí. Me limitaré a comentar algunas condiciones presentes en aquel contexto y su trayectoria posterior. Para ello, dividiré los comentarios en diversas entregas.

Lejos de la candidez acostumbrada por la remembranza histórica, debemos reconocer que lo sucedido en las décadas posteriores a octubre del 68 dista mucho de materializar las consignas, las esperanzas y el proyecto social contenido en el ideario de la movilización.

Desde determinada perspectiva, quizás el propio movimiento albergaba desde el principio cierta desconexión con la tradición más popular de la izquierda contemporánea. Primero, debemos recordar que el sesentayocho no es exclusivamente una movilización mexicana, responde a un momento histórico mundial (tal vez más occidental).

El sesentayocho también fue París y su “mayo francés”, Praga y el “socialismo con rostro humano”, China y su “revolución cultural”; también fue Martin Luther King y Woodstock. Es decir, era una movimiento que recorría el mundo a lomos de las nuevas posibilidades contenidas en las innovaciones tecnológicas y en la situación política: por un lado, el auge de la televisión y su masificación que posibilitaron nuevos esquemas de reproducción cultural; por otro, la huida hacia adelante de la posguerra, la descolonización de África –Argelia, Angola, Mozambique- , la guerra de Vietnam, el cenit del crecimiento económico y sus “30 gloriosos” que produjeron un estado

bienestar sin precedentes; la apertura inédita de las universidades a las clases populares, la guerra fría y los relatos de un comunismo salvaje frente a un occidente que prometía la máxima libertad individual y el respeto irrestricto a lo diverso. También era la época de los movimientos civiles: libertad sexual, antirracismo, la radicalización del feminismo. Ese era el caldo de cultivo –las condiciones de posibilidad- de aquel contexto.

En plena crisis del marxismo y de la experiencia soviética, las demandas formuladas en el sesentayocho no correspondían con las de la izquierda tradicional.

Hubo una especie de desplazamiento entre las políticas (y demandas) de redistribución y de clase, hacia las de reconocimiento, diversidad e identidad. Aquel fue un movimiento anti-jerárquico y anti-estructural. Jaques Lacan (1901-1981) dijo entonces que “les structures ne descendent pas dans la rue” (las estructuras descendieron a las calles) rompiendo la forma estructuralista dominante. Michel Foucault (1926-1984) encontró en el movimiento “nuevos objetos de reflexión” política que surgían. El sistemas reaccionó con represión, con fuerza y con miedo. Pero sería imposible conservar el status quo dominante.

¿Qué ocurrió después? Si no era posible sostener el modelo jerárquico y represivo ¿en qué se convirtió? ¿por qué no se consolidó una etapa más igualitaria sino todo lo contrario? ¿qué logros inmediatos y qué efectos colaterales se produjeron? ¿en qué punto un movimiento social se reconforta con el resquebrajamiento del estado bienestar, con la pérdida de derechos? Como dice Slavoj Zizek (1949): el sistema se reapropió de los símbolos y las luchas del sesentayocho para quitarles su radicalidad y convertirlas en mercancías de una nueva forma de capitalismo, el neoliberal.

Sobre esto y el papel que jugó la globalización, la digitalización y la quiebra de los grandes relatos en los años posteriores a 1968, comentaremos en la siguiente ocasión.

Investigador y Doctorando en Teoría Política. Universidad Autónoma de Madrid (UAM)

@Cesar_Ruvalcaba

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