Perro que muerde, la corrupción como excusa cultural

GarciaPimentel

A LAS COSAS POR SU NOMBRE/Francisco García Pimentel

A lo largo de mi vida he creído y muchas veces defendido la idea de que la corrupción es un problema de todos, y que todos debemos de hacer nuestra parte, por pequeña que sea, para solucionar el problema desde la calle, la casa, la escuela y la empresa.

Aunque tal noción es cierta y la mantengo, me parece que ha sido utilizada en incontables ocasiones por las autoridades para justificar sus propias acciones. Incluso el presidente de la nación así se justificó diciendo que “era un tema cultural” a la vez que encogía los hombros.

Creo, por tanto, útil hacer una discreta aclaración. La corrupción es un tema de todos, sí, pero la autoridad tiene:

  1. Mucha mayor responsabilidad moral y legal sobre la misma.
  2. Mucha mayor capacidad de regla e imperio para controlarla.
  3. Mucho mayor poder para castigarla, y por tanto,
  4. Debe recibir penas muchísimo más severas que el ciudadano promedio.

En el clásico ejemplo del policía de tránsito que pide mordida, a veces se dice que “se requieren dos personas; una que dé y otra que reciba” y esto es verdad.

Sin embargo, quien tiene la pistola, la grúa y las esposas es el policía, que muchas veces abusa de estos poderes y realiza la detención con el objeto único de recibir la mordida.

En este caso el ciudadano no “parte de la corrupción”, sino víctima de ella, igual que aquél que tiene que pagar piso, extorsión o secuestro.

Si secuestran a mi hijo y pago rescate ¿se me acusará de aportar al crimen organizado? La existencia de un sistema criminal que no ofrece alternativas (o que no las pone claras) sitúa al ciudadano en una situación precaria, en donde tiene que participar de la corrupción para poner un negocio, ir al trabajo o avanzar un juicio; o en donde sabe que los criminales con corbata o sin ella saldrán impunes tarde o temprano.

En un país en donde la impunidad alcanza cotas del 95% ¿de verdad tenemos el descaro de afirmar que “somos los ciudadanos” los culpables de la corrupción?

Mi respuesta es un rotundo NO, y confirmo que la mayoría de los mexicanos no dan mordida cuando están en Estados Unidos, Suecia o Inglaterra; porque aquéllos sistemas de autoridad no presentan esa salida como la primera, ni como la única. Mi experiencia es ésta: la cabeza marca la pauta.

En un ayuntamiento, gobierno estatal o dependencia federal, se percibe inmediatamente el cambio de “cultura” cuando hay un cambio de jefe.

El alcalde, gobernador, director, secretario o presidente sí pueden, en poco tiempo, crear un cambio notable y real. Basta que no pidan su pedazo del pastel, y que castiguen a quién sea descubierto.

Es verdad que la corrupción inunda todos los niveles; pero es como la miel mezquina, que empieza por arriba y va contaminando el resto. Aquél que diga que no, no solo miente, sino que acusa de forma clara sus propias intenciones.

¿Y por dónde empezamos? ¿Las leyes anticorrupción funcionan en donde existe cultura anticorrupción, o la cultura anticorrupción se crea en donde existen leyes fuertes? ¿Qué es primero; la cultura o las leyes? ¿El huevo o la gallina?

La respuesta histórica es clara: los países que tienen bajos grados de corrupción (Canadá, Australia, Japón y Europa del Norte) no siempre fueron inmaculados; al contrario.

El cambio se produjo a partir de leyes y castigos severos para funcionarios acusados de corrupción; estos cambios sucedieron hace muy poco; no son destino sino trabajo.

Primero, las leyes. Primero, autoridades eficaces. Y poco a poco, como reloj, la cultura cambia, porque el sistema cambia.

En México ya tenemos leyes. El verdadero quid del asunto es quién le va a poner el cascabel al gato; a qué gobierno vamos a exigir la decisión histórica de empezar a transformar el horizonte de la corrupción, que en estos momentos alcanza cotas insostenibles, que empujan al país a un abismo desesperado de indecisión electoral que puede resultar fatal.

La corrupción es un problema de todos, sí, pero la solución final no es exclusiva, como el gobierno cínicamente afirma, de nuestros propios hogares.

La corrupción sistémica en partidos, gobiernos, sindicatos y organismos es tema de gobierno y obligación de éste. Cuando es “obligación de todos” entonces nadie tiene la culpa, y cuando nadie tiene la culpa, el cuento no se acaba. Y este es el cuento que nos han hecho tragar, y con el que se enriquecen mientras nos sacan mordida, y a la vez nos acusan de darla.

¿Existe este gobernante que sea a la vez honesto y valiente, que pueda echar a andar la maquinaria contra la impunidad? En momentos de crisis histórica, el espíritu humano puede ser más poderoso que el interés personal. Yo sé que existe y que puede.

Nuestra tarea, ciudadanos, es hacer nuestra parte para que esto suceda, y nunca pensar que nuestro grano de arena es demasiado pequeño, o que nuestro destino es morder y ser mordidos.

A fin de cuentas, que tu hogar sea honesto no es –por sí solo- la respuesta a la crisis global. Pero sí la respuesta a tu propio entorno; tu familia y tus hijos. Los castillos existen; y tú decides que sucede dentro del tuyo.

***

El autor es abogado y master en política internacional. Escritor, conferencista y fan de los Cranberries. Síguelo en twitter @franciscogpr

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.