Un dios llamado mercado

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PESIMISMO ILUSTRADO/Jorge Rocha 

A propósito de la próxima cancelación del proyecto del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México en el antiguo Lago de Texcoco y de la iniciativa de bajar el cobro de comisiones por parte de las instituciones bancarias por prestar sus servicios, que presentó MORENA hace unos días, se han generado cruentos debates en la opinión pública en torno a estas decisiones, unas a favor y otras en contra, donde uno de los argumentos más socorridos por ciertos grupos sociales es la necesidad de cuidar lo que dicen los mercados internacionales, que mandan sus señales de aprobación o desaprobación sobre ciertas medidas a través de las altas y las bajas en las bolsas de valores y en la fortaleza o debilidad de las monedas en el mercado internacional.

Desde que México implementa las medidas de ajuste estructural de 1982 a la fecha; y a las que muchos otros países se sumaron, parece hacerse creado una especie de cuasi- religión llamada neoliberalismo, donde hay un dios supremo, muy caprichoso, llamado “Mercado”.

El propósito de los seguidores de esta nueva cuasi-religión es que el dios mercado dicte, sancione, apruebe y reconozca a los Estados que, a lo largo del orbe, sigan a pie juntillas todas sus recomendaciones y postulados, ya que de no hacerlo, ese caprichoso dios llamado “Mercado” hará que sus bolsas de valores y sus monedas pierdan valor en el escenario económico internacional.

El mercado es todo y lo que se salga de su zona de influencia está condenado a ser marginal y excluido. Esta cuasi- religión tiene sus “sacerdotes”, que son las calificadoras que certifican que ciertas economías son mejores que otras, claro que lo hacen desde una perspectiva neoliberal y lo que realmente avalan es donde se hacen negocios más redituables.

Lo primero que hay que decir es que los mercados tienen nombre y apellido y qué hay personas que están atrás de sus aprobaciones o de sus sanciones, los mercados no son un ente que existe en sí mismo, el mercado es la traducción de los intereses de los capitales que ostentan personas y organizaciones concretas y específicas.

Es decir, no son los mercados abstractos los que premian y castigan, son actores de carne y hueso los que controlan a los mercados de acuerdo a sus intereses y posturas, en otras palabras, los mercados no son un árbitro imparcial.

Lo segundo que tenemos que decir, es que por treinta años en nuestro país las ponderaciones sociales, ambientales, políticas y socioculturales de muchas políticas económicas y de los grandes proyectos de inversión, estuvieron subordinadas a los dictados del capital y los mercados, es decir, las “externalidades” y los impactos negativos en el medio ambiente o en las dinámicas socioculturales de muchas comunidades fueron los tributos que se tuvieron que pagar al “mercado” para que este estuviera contento con las decisiones adoptadas por los gobiernos en turno.

El núcleo central de las principales decisiones económicas en México, se tomaron de acuerdo a lo que el “mercado” pedía y los demás aspectos sociales quedaron en un claro segundo plano. Es por eso que hoy por hoy la pobreza continua de forma sistemática, que el medio ambiente ha sufrido severos procesos de degradación, pero los mercados siguen ganando dinero.

Es cierto que es un riesgo enorme irse de frente contra los mercados en una economía tan dependiente como la nuestra, ya que desde hace años se desmantelaron muchos procesos económicos locales, sin embargo, es un acierto enorme que las decisiones de

política económica tengan otros criterios para definirse y no sólo lo que dicen los mercados. Sólo por citar un ejemplo, parecería una locura que una Afore cobre comisión si en la cuenta del beneficiario hubo pérdidas, dicho de otra forma, te cobran por perder tu dinero.

O que se realicen obras de infraestructura donde de antemano se saben que provocarán impactos ambientales irreversibles o que se incentiven negocios donde se generen riesgos inminentes a la salud de las personas, quizá algunos de estos proyectos sean bien vistos por los mercados, pero es claro que desde otras ópticas son proyectos claramente inviables.

Resta decir entonces que, no se trata de mandar a volar a los mercados en sus recomendaciones, pero sin duda el mercado debe dejar de ser el rector plenipotenciario de las políticas económicas, es decir, tenemos que dejar de tratar a los mercados como un dios, para convertirlo en una más de las variables para tomar las principales decisiones de política económica.

Profesor Investigador del ITESO

@JorgeRochaQ

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