La Batalla del Dos de Julio

GarciaPimentel

A LAS COSAS POR SU NOMBRE/Francisco García Pimentel

Incluso si pierde ya sabes quién, el dos de julio por la mañana gran parte del daño estará hecho. En estos días, no solo las campañas oficiales causan agruras. También las “otras” campañas; las de los bots y los followers (reales y falsos); las de los memes, las de las bromas y las ironías, están causando un desgaste social sin precedentes.

Lo que gaste el INE será bien secundario: el verdadero costo de esta elección será el odio.

Que yo sepa, ninguna de las partes se salva. Nos hemos llamado de todo –despreciables, estúpidos y cosas peores; deplorables y nacos; babosos y mochos-.

Los hábiles titiriteros nos han convencido de atacar a los seguidores en vez de a los políticos mismos. De esa manera, pasando las elecciones todos ellos tendrán hueso y solo nosotros habremos perdido amigos y familiares en el proceso. Dependeremos más de ellos y menos de nosotros.

Efectivamente habremos perdido libertad y poder, y roto gran parte de lo que nos hace mexicanos.

México tiene una batalla trascendente el primero de julio. La batalla del día siguiente, el reto que inicia el dos de julio, es aún mayor.

Gane quien gane, pierda quien pierda, nos despertaremos en un México incómodo, mirando de reojo a nuestros vecinos. La mitad del país se sentirá robada; la otra mitad, amenazada.

Tendremos que toparnos con aquellos a quienes ofendimos y tragarnos nuestras palabras. Los más iracundos (o los que puedan pagarse) saldrán a las calles.

El inmenso resto saldremos a trabajar, a llevar a nuestros hijos a sus escuelas y al mercado, como cualquier día.

Las palabras parecen inocuas, como el agua, indoloras e insípidas. Pero tienen masa; filo y temperatura. Son capaces de causar heridas graves y duraderas.

Más que nada, las palabras que se escapan quedan escritas en pluma y no en lápiz: son difíciles de borrar. Lo que hoy decimos en las redes (bajo la oscura ilusión de que esta batalla debe ganarse al costo que sea) vendrá por nosotros mañana, como los fantasmas de las navidades pasadas, para llevarnos con sus cadenas hacia las consecuencias no deseadas (pero inevitables) de la realidad.

Todos los seres humanos estamos en medio del gran dilema social: la constante decisión entre vivir bien y vivir juntos; mutuamente excluyentes y mutuamente necesarios.

Claro, sería más sencillo vivir en un planeta en donde todos los humanos estuviéramos de acuerdo; pero ese hipotético planeta apenas podría llamarse humano.

Puedo argumentar que es más importante ganar bien que ganar. Lamentablemente observo que esa propuesta puede parecer ingenua. Seguramente es tardía.

Estamos en medio de la batalla, y los reinos han decidido sacar todas las armas, sin importar consecuencias. Esas armas están hoy fuera de control del ciudadano común, pues la pasión y la urgencia anonadan la conciencia. Lo que nos ha de quedar es el campo de batalla del día siguiente; el que nadie quiere ver.

El dos de julio tú y yo tenemos una tarea decisiva. Buscar el terreno común; borrar las palabras dichas, pedir perdón, extender la mano, abrazar lo que somos; recordar lo que hemos sido: Amigos. Más que amigos: Familia.

Cada seis años los países democráticos se auto infligen heridas profundas en su afán de elegir un líder; un sistema y una visión común.

Es absolutamente esencial que esas heridas se sanen tan pronto como sea posible, a riesgo de causar desangramiento, debilidad y muerte. Los políticos que promueven la herida misma solo pueden hacerlo por una razón: prefieren devorar un cuerpo muerto que gobernar uno vivo.

Apostar al desangramiento es estrategia propia de cuervos, buitres y enterradores. Sanar heridas es propio de padres, de líderes y de amigos.

Esa es la batalla del dos de julio. Si no somos las hachas o las espadas, sí podemos ser las vendas, los hilos y los vasos de vino que reparen lo dañado.

Esto no puede empezar una semana o un mes después –los cuerpos se descomponen rápido. O unimos el dos de julio o permitimos que la lepra continúe de manera indefinida.

Las palabras tienen cuerpo; las miradas tienen alma. Ambas cosas, lo que miramos y lo que hablamos, dan forma a la persona en que nos hemos de convertir, y a la sociedad en la que podemos transformarnos.

Deja que pierdan los partidos, pero no dejes que pierda México.

Director general de DiezLetras Comunica

@franciscogpr

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