AMLO y la disputa pública

CESAR-NUEVARESTAURACIÓN/César Ruvalcaba

En días pasados, Andrés Manuel López Obrador, reclamó en un tuit a Jesús Silva-Herzog, columnista de Reforma, que de un tiempo para acá lo ha “cuestionado con conjeturas de toda índole” y denunció en ello una estrategia más de la “mafia del poder y sus articulistas conservadores con apariencia de liberales” para medrar su campaña política a la presidencia de México.

De inmediato, periodistas de distintos medios, políticos e intelectuales (o que al menos así se consideran) desataron una furibunda réplica a AMLO donde le decían de todo: mesiánico, loco, reaccionario, dictador, intolerante y un largo etcétera.

No obstante, momentos después, AMLO también señaló a Enrique Krauze de conservador con apariencia de liberal.

A estas alturas, el linchamiento en redes sociales era total.

Independientemente del error estratégico desde el punto de vista político que pueda suponer enfrentar a periodistas en plena precampaña presidencial, me pregunto por qué debemos asumir una conversación tan asimétrica entre periodistas y políticos.

Y cuando digo asimétrica me refiero a la siguiente situación: por un lado, es normal, democrático y profundamente sano, que un periodista pueda criticar a un político utilizando señalamientos y adjetivos de toda índole, estén sustentados o no.

En esto no puedo estar más de acuerdo. En una democracia plural, el derecho irrestricto a la crítica (no solo de un periodista, de cualquier ciudadano) debe garantizarse como mecanismo necesario para la conformación y la expresión de la opinión pública.

Pero por otro lado, si un político o funcionario hace uso de su derecho a replica y contesta desestimando y señalando a dicho periodista, inmediatamente se convierte en un intolerante antidemocrático.

¿En verdad así de básico es el axioma? ¿Hay algún tipo de beneficio público en limitar la conversación y promover los monólogos? ¿Es justo que no pueda debatirse frontal y públicamente la crítica?

Puedo reconocer que la historia nos prevenga sobre el abuso de poder, la intransigencia y la intolerancia del político mexicano; puedo compartir que seamos sensibles ante cualquier limitación de la libertad de expresión por parte del sistema, e incluso entiendo la tesis de la discriminación positiva en aras de generar debates mas “simétricos” entre políticos y periodistas.

Sin embargo, creo que lo que subyace de fondo es nuestra aversión a que un político confronte y asuma al enemigo públicamente como parte de una disputa.

Creemos, por imposición ideológica, que un político que construye adversarios a los que critica y combate enérgica y frontalmente, es peligroso.

A mi entender, mucho más peligrosos son aquellos que acallan las voces desde el anonimato y desde ahí imponen su ley.

Aquellos que hacen que despidan a un reportero pidiéndoselo al dueño del medio porque hablaron mal de ellos.

Los que, tras bambalinas, desaparecen periodistas o pagan a las redacciones y a la televisión para que los “protejan”. Prefiero que el señalamiento sea público, claro y abierto al escrutinio; que la sanción de la opinión pública provenga de la visibilización del debate y no de su ocultamiento.

Tampoco podemos negar que siempre han existido redes de periodistas orgánicos que cobran y actúan desde el poder instalado, que no ayudan sino que socaban a la democracia.

Ojalá entendamos que es necesario asumir al adversario y nombrarlo para reconocerlo, que es parte de la disputa democrática y que sirve para formarnos una mejor opinión, para posicionarnos.

Que AMLO sea todo lo que le critican, puede ser –y lo comparto en gran medida-, pero que deba quedarse callado y asumirlo en silencio, ahí disiento.

Investigador y Doctorando en Teoría Política. Universidad Autónoma de Madrid (UAM)

@Cesar_Ruvalcaba

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