¿Cómo se escribe un libro?

GarciaPimentel

A LAS COSAS POR SU NOMBRE/Francisco García Pimentel

Así me lo preguntó Luisa, una estudiante universitaria, saliendo de una conferencia. ¿Cómo se escribe un libro?

Es una pregunta casi de cajón para todos los que publican, han publicado o quieren publicar. ¿Cómo se escribe un libro? ¿Por dónde empieza uno? ¿Cómo ataco la página en blanco? ¿De dónde salen las ideas?

Y todos contestamos alguna cosa que parezca sabia, que aparente a la vez naturaleza y grandeza, como si hubiera en algún lugar del Monte Olimpo siete musas susurrándonos palabras. Pero las musas no existen. Y si existen, son muy silenciosas, especialmente cuando se les presiona. No les gusta que las llamen, ni que las apresuren. Las musas llegan cuando quieren y se van cuando les place. Son muy malas socias para iniciar cualquier empresa; incluyendo escribir un libro.

¿De dónde salen todas las ideas? De donde sea. De un sueño, de un árbol, de un pozole. No importa. Parece que no hay premisa del todo mala para hacer un libro. ¿Un extraterrestre en Nueva York? Vale. ¿Una Catarina enamorada? Venga. ¿Una mesa abandonada? Bueno. ¿Un vampiro adolescente que brilla bajo el sol? Ehmm. Ok. ¿Un dragón en Patagonia? Mejor.

¿Por dónde empieza uno? Cada autor tiene sus trucos. Yo empiezo por la última página, que es como el gancho de carnicería del que cuelga todo lo demás, a donde todo se dirige. Sé que algunos arrancan con la premisa; otros con la hoja en blanco; otros con el índice. Lo que sí sé es esto: todos empezamos con un hueco en el estómago, mezcla de mariposas e indigestión. El primer impulso es poderoso, inevitable y fatal.

La parte difícil nunca es el primer impulso, sino el segundo y el tercero y el cuarto y el quinto. El gran reto de los libros es la disciplina, como en cualquier cosa que valga la pena. Igual que un solo penal de Messi ha requerido de miles de tiros y miles de horas en el sol y en la lluvia, de trabajo en lo secreto, los libros no son explosiones creativas de un instante, sino surcos formados con sudor y tinta. Y de entre millones que surgen a cada momento, solo unos cuantos alcanzan los anaqueles; ya no digamos fama o fortuna.

Son una mala apuesta, sin duda. Son una ruleta cargada; son un dardo a ciegas. Y empezar a escribir en busca de premios, de aplausos o de dinero; si no es del todo imposible, sí promete lento retorno. Más nos valiera poner una tienda de abarrotes.

El único pago cierto del libro es el libro. El libro se basta a sí mismo. Todo lo demás son promesas, espejismos y mercadotecnia. Si se ha trabajado bien, aparecen algunos lectores,

que hacen que todo valga la pena. Si tenemos suerte, alguno de ellos nos dice que tal frase o cuál anécdota les hizo reír, o les hizo pensar, o les cambió la vida. ¿Libros que cambian al mundo? ¿Clásicos inmortales? Los hay, querida Luisa, aunque sobre cómo hacerlos no tengo experiencia alguna.

Los libros tienen solo dos destinos: la destrucción o el olvido. Entre tanto, engalanan uno que otro librero, respirando lento (porque de que respiran, respiran) y a la espera de su siguiente víctima.

Director General de DiezLetras Comunica

@franciscogpr

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.