El político, ‘ciudadano’

PUNTO CRÍTICO

Gabriel Torres Espinoza

Aproximadamente 12 años atrás se consolidó un estereotipo de ese político que se posicionó como enemigo público número uno de los partidos políticos (nunca se afiliaría a uno), bravucón, ‘echado para adelante’, políticamente incorrecto, apoyado (entonces sí) por los medios, iracundo, dicharachero, ‘bañado’ o ‘barnizado’ de ‘sociedad civil’. Uno que prometía, ‘reescribir la historia’.

Nacido en cuna autoritaria, converso a la democracia que, en su pasado de priista, él mismo fastidió. Construyó un modelo donde todo puede ser criticado por su estilo pendenciero, menos sus propias decisiones en el gobierno.

Si los medios no publican su forma de entender el espacio público, son irremediablemente sus adversarios, y su deber ‘ciudadano’ es… denostarlos.

El tipo de político ‘ciudadano’ que no creen en los partidos, básicamente porque ninguna formación política puede ser tan grande como su ego, rentable como su nombre, ni detentar su grandilocuencia que lo vuelve imprescindible: “hecho a mano”.

Es consecuencia de la crispación de la población, cansada de las vicisitudes de la democracia, que empuja hoy a una transición autoritaria al ‘pendenciero camorrista’ … por la vía democrática.

Genio incomprendido por la opinión pública. Cliente de esos que por “mentirosos”, “basuras” o “vendidos” [los medios de comunicación críticos], no alcanzan a apreciar su novedosa visión del cambio político y de la democracia de adalides.

Esa que, en su lógica, funciona al margen de las instituciones. Barón de la era digital, agnóstico de la prensa, la radio y la televisión. Eso sí, fiel creyente en las redes sociales, donde a golpe de pautas millonarias trata de imponer (cada vez con menos éxito) sus opiniones. Básicamente porque ahí bloquea la crítica y compra seguidores para moldear la discusión al tipo que le resulta cómoda.

Declara superadas las categorías derecha-izquierda. Su único debate es entre dignos (él y con los que se coluden) e indignos (los medios y quienes se le oponen). Decentes (su gobierno) e indecentes (todos los demás, incluso algunos gobiernos municipales de su propio partido).

‘Ciudadanos’ (sus diputados) y políticos corruptos (el resto del Congreso). Interesado auspiciante, con mucho dinero público, de una maniobra digital de acoso al periodista que cuestiona, a la crítica en los medios y al derecho a disentir. Pendenciero camorrista, converso a una democracia que dicen que le gusta, pero solo con reservas, cuando le favorece.

El discurso redentor lo alimenta de una realidad insoportable, que nutre con catastrofismo. Lo esparce con liturgia ‘salvadora’, “federalista”, mediante ese tufo de rompimiento y mal humor que le distingue. Se define víctima de una conjura ‘nacional’ y de un ‘grupo político universitario’ local, al que ha recurrido (sin mayor rubor) en varias ocasiones para pactar alianzas.

Alardea de su concepción “moderna” e “innovadora” del gobierno al servicio de los hombres del dinero. Practica la política del espectáculo, la conducta teatral de rabietas puestas en escena, y las “valentonadas” de su vida pública.

Político capaz de asumir todas las posiciones partidistas (PRI, PRD, MC ¿PAN?), pues las geografías ideológicas no van con él. Vive en permanente mutación, en función de las exigencias del mercado electoral y acusa una enfermiza obsesión por subrayar, con línea roja, a los buenos de los malos. “Que les quede claro”; “Lo dejo muy claro”, exclama a la mínima provocación.

Es él y los demás; los medios que merecen su aprobación y los que reciben su desprecio y su litúrgica condena. Los periodistas que él certifica como profesionales –tal vez porque acceden a sus condiciones- y el resto, que no se pliegan a las sesudas tácticas de sus gurús consultores.

Si tratamos de encontrar algo que identifique y distinga ese liderazgo político y/o gobierno, en términos ideológicos, tropezaríamos con la vaga elucubración de una ‘Refundación’ que sigue sin explicarse y que aún no termina de entenderse —en propios, como en extraños—.

En todo caso, pudo descubrir la respuesta a ello en la incumplida promesa de una nueva Constitución Política para Jalisco, para la que nunca se argumentaron los motivos, como el contenido ‘reformista’ que daría lugar a ello.

Director Gral. de la Operadora SURTyC de la U de G

@Gabriel_TorresEs

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