Que ser honesto no salga tan caro

cesar ruvalcaba

RESTAURACIÓN/César Ruvalcaba

Nunca estaré de acuerdo en sostener que la corrupción es un problema cultural de los mexicanos. Es una muletilla falsa y mediocre. Múltiples ejemplos nos enseñan que esos resabios de nuestra “cultura” anquilosada de machismo, de flojera y de corrupción se nos quitan mágicamente cuando existen incentivos –o correctivos- para ello. Basta con que el mexicano cruce la frontera norte para convertirse en ciudadano modelo, honesto y respetuoso de las leyes. ¿Qué nos pasa entonces aquí? ¿Por qué la corrupción nos ha hecho tanto daño en los últimos 100 años? ¿Es un problema de la política, de los ciudadanos o de todos?

Partiendo de la premisa que la corrupción es uno de los principales frenos al desarrollo y modernización institucional de México y que ésta no se puede explicar sin su cómplice permanente, la impunidad, abordaré tres elementos fundamentales a reflexionar:

  • Las penas más severas no desincentivan tanto la corrupción como la seguridad de una pena menor pero inexorable. Esto es, si queremos combatir la corrupción, es más eficaz que el sistema propicie una alta posibilidad de que el infractor sea descubierto y castigado a que la probabilidad sea mínima, pero con una pena más alta. El reto de México consiste en combatir la impunidad con un esquema institucional que aumente las probabilidades de castigo. El corrupto se arriesgará mucho más fácil con el 1% de probabilidad de pasar 50 años en la cárcel de lo que se arriesgaría si la probabilidad de ser castigado fuera del 90% aunque solo pudieran darle 5 años en prisión.

 

  • Ser honesto y actuar dentro del marco legal no debe salirnos tan caro. Por ello se debe insistir en la mejora regulatoria, en esquemas de autogestión pública, en incentivos prácticos, concretos y fáciles para cumplir la ley. Mientras -al mismo tiempo- se deben aumentar los esquemas correctivos al incumplimiento y evasión del marco jurídico.

 

  • La corrupción es un problema sistémico que se alimenta de la impunidad e involucra a toda la sociedad. Es por lo anterior que debemos dejar de suponer que es culpa solo del gobierno. También es culpa de empresarios corruptos, de ciudadanos que corrompen, del amigo que trabaja en una ventanilla y nos ayuda a saltarnos la fila de espera (y de quienes accedemos gustosos), del agente de tránsito que facilita las cosas a cambio de un billetito, del jefe que emplea a recomendados por encima de las competencias y del amigo que le pide al mismo jefe que le dé la chamba a su hijo; y en último caso, también del hijo que acepta la chamba sin merecimiento.

La siguiente vez que hablemos de corrupción en tercera persona hagamos un ejercicio autocrítico y honesto: ¿somos la excepción que confirma la regla o formamos parte de la contribución inercial de una realidad preconcebida?

Joaquín Sabina canta en una de sus canciones: “Que ser valiente no salga tan caro. Que ser cobarde no valga la pena”. Parafraseando al español habría que buscar para nuestro país: “Que ser honesto no salga tan caro. Que ser corrupto no valga la pena”.

Secretario Organización PRI Guadalajara

@Cesar_Ruvalcaba

1 comentario

    • María R. Silva M. el 06/26/2016 a las 12:10 PM
    • Responder

    Bien dicho César. Comparto la opinión. Sólo cuando cada uno de nosotros hagamos lo que nos corresponda desde nuestra trinchera, estaremos preparando un mundo mejor e incorrupto para nuestros hijos; y si no, ellos y la historia nos juzgarán.

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