La cena del Día de la Madre

GarciaPimentel

A LAS COSAS POR SU NOMBRE/Francisco García Pimentel

“Te voy a llevar a cenar por el Día de la Madre” le dije a Mónica. He aprendido con el tiempo que una justa mezcla de expectación y sorpresa hace un regalo excelente.

Cuando los hombres decidimos hacer algo que sea 100% sorpresivo… no siempre funciona del todo. Ninguna mujer que yo conozca quiere salir a cenar sin haber tenido tiempo para el peinado y el maquillaje. Otras sorpresas, como ropa o regalos para la casa, pueden resultar desastrosos. Omitiré casos concretos, pero tú sabes bien de lo que hablo.

Así que le dije, como no queriendo la cosa, “Te voy a llevar a cenar por el Día de la Madre” y acordamos hacerlo dos días antes del 10 de mayo, por aquello de los restaurantes a reventar y porque, cuando hay familia, una salida implica toda una proeza logística: encargar a los hijos, dejar las comidas, buscar el vestido perfecto. En estas circunstancias, una salida sorpresa puede ser una declaración de guerra.

Así lo acordamos, y sentada la base de voluntad mutua y la agenda adecuada, me dediqué a buscar mi parte de la sorpresa.

Ni Clooney ni Casanova me ganan cuando de armar una salida romántica se trata, y busqué a conciencia el lugar y el ambiente correctos. Hice las reservaciones, llevé a lavar el auto y llené el tanque, preparé un detalle extra. Ideé un menú delicioso y fresco. No podía haber desvíos ni distracciones. Habría velitas y todo, como en las películas. Eso sí: nada de darse de comer en la boca, como en las películas. Yo sé usar mis propios tenedores, gracias.

Como sea,  era el Día de la Madre y, como que me llamo Francisco, sería un día genial para la flamante madre de mis tres hijos (¡y uno más en camino!). Todo estaba listo.

O casi.

“Tenemos que cancelar” fue lo que dijo Mónica cuando me llamó a la oficina.

¿Perdón? –pensé- ¡Esto es insolting and onacceptabol!  Ya está todo listo y nadie le cancela a Casanova.

“Tu hijo tiene fiebre –explicó mi mujer- y ha pasado una mala noche. El doctor dijo: reposo y cuidado por dos días completos”. La cena, Día de la Madre o no, tendría que esperar.

Y así es como la noche que estaba prevista para una romántica cena de leyenda, la pasamos enrollados en el sillón, comiendo palomitas con nuestros tres hijos, viendo por quinta ocasión alguna película de Disney.

Mientras un perro alebrije aletea en la pantalla, me parece leer en los ojos de Mónica una nueva sintonía: yo estoy un tanto preocupado por la cena, las reservaciones y el tanque de gasolina; pero ella no. Ella está con nuestros hijos, tarareando las canciones de la película mientras abraza al enfermo y la más pequeña baila. No hay peinado ni maquillaje que supere esta belleza, ni cena que pueda eclipsarla.

Ahora estoy seguro: ni Clooney ni Casanova podrían haber planeado esto. Solo la magia del caos que es la familia, y la poderosa gracia que significa ser mamá. La fiebre pasará; pero este Día de la Madre no.

Y si te lo preguntas, no te preocupes, la cena sigue en pie. Que para eso… nadie me gana.

Director general de DiezLetras Comunica

@franciscogpr

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