ESCAMOCHA/José Díaz Betancourt
Es imposible creer que en el momento de enfrentar a una manifestación, que los policías recuerden la Ley del Uso de la Fuerza Pública, las largas horas de capacitación sobre derechos Humanos, las recomendaciones sobre detenciones o cualquier otro invento legislativo de los últimos años.
No lo recuerdan ni los policías; sus jefes inmediatos y los de más arriba y los que le siguen.
En el fondo de las conductas policíacas hay una ruptura con los jóvenes qué las protagonizan, se suma, un difícil cerco administrativo, una pobre expectativa salarial, persecución interna y un torpe proceder de sus mandos superiores.
Este escenario no favorece el crecimiento de un policía con criterio, como esperar que no ejerza la violencia contra los ciudadanos.
La presunción aplica para los policías de calle y los de investigación, los llamados ministeriales y otras modalidades.
Las corporaciones tienen sus propias dinámicas y reacciones, sus usos y costumbres, es muy cándido pensar que se mandan solos como también lo es a que obedecen ciegamente a normas y jefes.
Lo ocurrido nos demuestra con extremo dramatismo que nos espera aún un largo camino para tener confianza en el desempeño profesional de los cuerpos de seguridad y si analizamos el tono de quien los encabeza nos podemos explicar porque un policía sale a trabajar con un propósito desmedido y violento.
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Ya no es una locura creer en un sistema local de desaparición de personas, especialmente de jóvenes, luego de lo sucedido con la actuación de la policía ministerial en las inmediaciones de la calle 14 en el segundo día de manifestaciones por el caso Giovanni, en ese episodio de terror que no debe ser descuidado por las organizaciones que están comprometidas con los derechos humanos, locales, nacionales e internacionales.
