Ni prieto, ni moreno, ni fifí

GarciaPimentelA LAS COSAS POR SU NOMBRE/Francisco García Pimentel

“Ama a tus enemigos”, dice la Biblia. Lo que no dice es “sé amigo de tus enemigos”. Esto sería un sinsentido. Mientras que el amor es una decisión propia y unilateral, la amistad es en esencia bilateral: o ambos son amigos, o ninguno lo es.

Esto viene a colación porque en tiempos electorales la lengua de todos se alimenta de fuego, de inmediatez y de certeza absoluta sobre la propia razón. La urgencia de que tal o cual candidato pierda; o de que éste o aquél otro ganen, nos impulsa a levantar la voz con apasionamiento.

Y cuando esto pasa –igual que en la casa, igual que en la empresa, igual que en la calle- eventualmente alguien dice algo que no debería.

Perder amigos por una cosa como las elecciones es una burda estupidez. Estamos hablando de amigos: personas que estimas y te estiman, con quienes has compartido tiempo y conversación; que tienen muchos puntos en común y con quienes muchas veces has de convivir después.

Cuando alguna vez he recibido ofensas directas a mi persona vía redes sociales, una cosa es cierta. Confrontadas con educación, el 90% de las personas admiten que jamás me hubieran dicho algo así si me conocieran, o si me tuvieran enfrente.

Es un efecto psicológico conocido que, cuando se escribe en el internet, sentimos que no hablamos a una persona real, de carne y hueso, sino a una especie de entelequia extraterrestre sin personalidad definida.

Cuando escribas: “los seguidores de X son así” o “los que voten por el partido X son de esta manera”, piensa que no estás atacando al partido; ni siquiera al candidato.

Los políticos sabandijas nos proponen los apelativos: “Prietos”, “Señoritos fifí”, “Amlovers” y demás. Nosotros los compramos de una vez y ellos logran su magia: en vez de criticar al candidato, su partido o su plataforma, dirigimos nuestro odio a otros mexicanos.

Cizaña mortal que se convierte en abono formidable de campaña. Te han jugado. Ahora estás atacando a personas de carne y hueso que han cometido el gran pecado de no pensar exactamente como tú piensas. Y entre ellas (¡sorpresa!) podría haber algún amigo tuyo.

Si piensas que ningún amigo tuyo votaría por equis, piénsalo dos veces. Me parece iluminadora la entrevista (búscala en internet) a Amarillis Fox, una ex agente de la CIA que trabajó encubierta por muchos años durante un conflicto armado. Lo dice con claridad: “Todo el mundo cree que ellos son los buenos”.

Tú mismo piensas obviamente que estás entre “los buenos” y quizás lo estés. Pero ellos también, y tienen sus razones. Aún si la cúpula del poder fuera –sin conceder- una colección de villanos con bigotito y gato en el regazo, sus votantes no lo son, ni tienen por qué serlo.

Claro; viéndolo con tranquilidad esto es obvio. El mundo entero no se explica en una burda dicotomía de caricatura de Disney. Y sin embargo, muchas veces pensamos o sentimos instintivamente que así es: que nuestros conocidos saben de la maldad de tal partido; que la desean y promueven, y, por tanto… son también villanos.

Hemos creado esta historia imaginaria de ellos vs nosotros; una saga Thundercats en nuestra mente en donde mi pedacito de México es bueno y el otro 90% es malo.

El resultado es que tras las elecciones –gane quien gane- el 100% de los mexicanos se odian entre sí. Por fin, el trabajo del villano está logrado: Mum-Ra ríe a carcajadas en su guarida.

La otra opción es, a mi parecer, mucho mejor: entender que los políticos son los políticos, y que el 99% de los mexicanos restantes solo quieren trabajar, alimentar a sus hijos, sentirse seguros y vivir en paz. Las palabras que salen de tu boca –en la vida real o en tu muro del face- tienen sus consecuencias.

Las ofensas no disuaden a tus adversarios; cimentan su visión. Las ideas y argumentos pueden cambiar opiniones; pero raramente lo logran. Pero que la gente sepa que siempre cuenta contigo, pase lo que pase, vote por quien vote, gane quien gane, te permite abrir una vía de comunicación real, que permite escuchar y ser escuchado. Allí es donde se puede hacer un cambio, y es el único que importa.

Si a veces es necesario sacar los guantes, es más necesario guardarlos pronto. A fin de cuentas: un país dividido, ni el mejor político lo salva. Un país unido, ni el peor político lo hunde.

No es necesario que seas amigo de quienes crees tus enemigos; pero sí es necesario que los entiendas y respetes. A tus amigos, en cambio, cuídalos a través y a pesar de los incómodos meses de campaña. Los vas a necesitar después, y juntos podrán seguir trabajando en construir el mundo que desean para ustedes y sus hijos.

¿Aún no te logro convencer? He aquí el plot twist final; un giro inesperado digno del Sexto Sentido. Tras amarrarnos navajas por años y dividir a la sociedad en pro de sus miserables votos, los políticos que se odiaban a muerte y se sacaban la lengua son los primeros en sentarse a desayunar en un cafecito de Polanco, hacer paces, tamizar sus colores, repartir fueros, lograr alianzas y tan amigos como siempre.

Ellos reconciliados y nosotros… divididos. Mal, mal negocio.

¡Imagina tú si tu felicidad, la de tu familia o tus amigos dependiera del político en turno! Nada me parece más desolador. Que el único slogan de campaña que se enarbole sea el mismo que adorna la porcelana a la entrada de tantos hogares: mi casa es tu casa.

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El autor es abogado y master en política global. Su casa es tu casa, y siempre hay tortillas y Coca Light. Síguelo en twitter @franciscogpr

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