La mujer y el mundo que gobernarán

cesar ruvalcaba

RESTAURACIÓN/César Ruvalcaba 

¿Celebrar a la mujer? No estoy convencido de que haya mucho que celebrar. Es un día para reflexionar, para reivindicar. Es un buen día para hacer un esfuerzo y visibilizar los cientos de gestos, actitudes y posiciones que vulneran a la mujer; cosas que hacemos casi todos los hombres  -también, muchas de ellas- casi todo el tiempo, en nuestros contexto social.

Pero quisiera huir del clásico discurso reivindicatorio que habla sobre las grandes virtudes, aportaciones y valores de la mujer. A estas alturas ya deberíamos saberlo.

No, en esta oportunidad quisiera hablar desde otra perspectiva de la lucha de género, de la lucha que nos falta por miedo, por desconocimiento y por insensibilidad: la responsabilidad de los hombres en esta lucha.

¿Por qué pensar que esta reivindicación es labor exclusiva de la mujer? ¿Acaso queremos vivir en un mundo donde nuestras madres, hermanas, hijas o parejas sufran acoso, injusticia y violencia por el solo hecho de ser mujer?

Voy hablar en primera persona. En el pasado supuse que la lucha feminista era cosa de mujeres. Pensaba que incluso «exageraban» en sus planteamientos. Consideraba que la brecha de desigualdad entre géneros era cada vez menor.

Llegué a pensar que las oportunidades obedecían al mérito, no a una cuestión de género, que eso era cosa del pasado. Esa es la verdadera violencia hacia la mujer: la indiferencia sistemática que normaliza y disfraza, la que hace imperceptible y tolerable la injusticia.

Con el tiempo he podido entender que el problema es inmenso y es histórico. Pero sobre todo he comprendido que esta lucha debemos darla juntos, hombres y mujeres. Muchas mujeres están haciendo su parte, ¿nosotros cuándo?

Claro que hay que reconocer avances y conquistas significativas. Hace menos de 100 años, la mujer no podía votar en la mayoría de las democracias. Tenían mínimo acceso a la educación.

El campo laboral era un mundo de hombres. En muchos países, la ley era tan machista que rayaba en lo ridículo: no podían salir del país sin permiso del marido, el matrimonio implicaba sumisión total, no podían realizar contratos y transacciones, e incluso, en ocasiones no podían heredar.

Sin hablar de la cuestión de la herencia del apellido paterno en detrimento del materno -cosa que aún se conserva- y muchos otros principios que legalizaban las peores injusticias y la reproducción de élites machistas.

Pero en pocas décadas -comparado con la historia de miles de años en registro- las mujeres han ocupado espacios relevantes. Nadie les ha regalado nada, lo han logrado «a pesar de» la violencia sistemática y discreta.

El talento es un bien escaso y en un mundo que exige a las y los mejores para gestionar sus grandes problemas, no es posible prescindir de la mitad de la población.

Sin embargo, mi reflexión va más allá. Piénsenlo un momento: si el proceso de implementación de esquemas más justos entre hombres y mujeres es sumamente reciente -considerando la historia moderna- ¿Cómo ha logrado la mujer convertirse en un factor principal en la academia, en la empresa, en la política y en casi cualquier otro campo? ¿Qué pasará cuando este proceso continúe y se logre una real igualdad?

¿Será que el potencial no solamente es igual, sino incluso mayor, en el género femenino?

Ahora estoy planteándome seriamente que este mundo, más temprano que tarde, terminará siendo gobernado por ellas.

Puede ser la solución a una encrucijada caótica en la que hemos caído a causa de la soberbia y de la estupidez por limitar el acceso de la mitad de la población en la gestión de los problemas. Probablemente, la mejor mitad.

Analista político

@Cesar_Ruvalcaba

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