Una carta a mí hijo de 3 años

GarciaPimentelA LAS COSAS POR SU NOMBRE/ Francisco García Pimentel

Querido hijo: tienes tres años apenas y ni siquiera puedes leer esto que te escribo. Algún día quizás lo hagas. Por hoy, basta y sobra con que leamos juntos los cuentos que nos gustan, con sus hadas y sus castillos y sus dragones.

Entiendes poco de lo que pasa en el mundo, y no puedo explicártelo aún. No sabes nada sobre Trump, sobre Peña, sobre Rusia o el Congo o el desmoronamiento de la Unión Europea.

No conoces guerras, genocidios ni refugiados. No tienes el concepto de racismo ni discriminación. No entiendes de bolsas, divisas, burbujas y desplomes.

No sabes nada aún sobre el punto de quiebre en el que el mundo se encuentra hoy. Si pudiera explicarte más, te diría que el planeta se halla al borde de grandes cambios económicos, ecológicos, políticos y sociales. La gente, los países, los continentes están inquietos.

¿Me creerías si te dijera que hace un par de décadas el futuro no pintaba así? Mientras nos acercábamos al año 2000 (nuevo siglo, nuevo milenio) el mundo parecía haber alcanzado una conciencia nueva. “Globalización” era la palabra mágica, “democracia” la herramienta.

En México había un nuevo gobierno. Todos salimos a las calles a festejar cuando sucedió: teníamos esperanza. En Europa la Unión prometía un mundo sin fronteras.

Nuevas tecnologías como teléfonos conectados y redes sociales daban voz a pueblos que antes no las tenían. Era el futuro, hijo. Era el futuro.

Hoy, casi veinte años después, la Unión se desmorona y nuevos nacionalismos (unos más violentos que otros) surgen de nuevo. Muros físicos y virtuales empiezan crearse en las fronteras.

El mundo pierde foco, revoluciones estallan, las relaciones se tensan y comenzamos a deslizarnos hacia una nueva era de conflicto, separación y muerte.

En estas guerras son los ricos, los desalmados y los mafiosos los que se harán con el poder. Y con ellos al mando ¿qué futuro espera al ser humano?

Lo siento, hijo,  porque nosotros fuimos los que arruinamos todo. Nosotros vivimos décadas de paz y riqueza como nunca antes en la historia de la humanidad.

Tenemos derechos, libertad, democracia, dignidad y opinión. Todo esto fue ganado con sangre y sudor a través de guerras y revoluciones, pero lo hemos olvidado.

Ni yo ni nadie que yo conozca recuerda realmente las grandes guerras. Para nosotros el mundo siempre fue rosa ¿lo entiendes?

Es por eso que, como niños mimados, despilfarramos todo lo que teníamos y lo corrompimos. Los habitantes del nuevo milenio aprendimos a exigir todos los derechos, pervertir la libertad, hacer monstruosa la democracia, cambiar la dignidad por narcisismo y a sustituir la verdad por la opinión.

Y entonces, cuando se acabó la fiesta, nos dimos cuenta, como juniors, que la riqueza se nos terminó. Nos la terminamos.

Ahora medio siglo después volvemos a entregar el poder a grandes demagogos de lengua fácil, detractores de la ciencia, defensores de la división, que nos prometen nuevas riquezas. Y les aplaudimos, hijo, les aplaudimos, como se han aplaudido todos los tiranos al llegar al poder.

Así que por toda herencia le entregaremos a tu generación un mundo dividido, en crisis económica y en guerra, porque no supimos administrar la abundancia y trabajar más duro cuando más duro había que trabajar.

Teniendo todas las herramientas para acabar con la esclavitud, el hambre y la explotación del hombre, nos dedicamos a divertirnos. Y vaya que nos divertimos.

Los hombres débiles crean tiempos difíciles; los tiempos difíciles crean hombres fuertes. Los hombres fuertes crean buenos tiempos.

Aún tengo yo que luchar muchas peleas y lo haré mientras tenga fuerza y aliento, pero vendrá tu turno, eventualmente, para demostrar que amar más de lo que odias, y dar más de lo que exiges.

En tanto que sigas sonriendo como hoy lo haces, sé que lo harás de maravilla.

Por eso no me apuro en enseñarte que el mundo es malo. En cambio prefiero leer contigo los cuentos que compartimos a diario, con sus ogros y sus dragones.

Porque verás, hijo, los cuentos infantiles no existen para enseñarte que los dragones existen –eso ya lo sabes-. Existen para enseñarte que los dragones pueden ser vencidos.

El autor es abogado y padre de dos (uno más en camino). Agradece públicamente a G.K.C. la concesión literaria. Asiduo optimista y fan de la bicicleta.

@franciscogpr

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