PUNTO CRÍTICO
Gabriel Torres Espinoza
En días recientes fue publicado el informe ‘Balance 2022 de Periodistas Encarcelados, Asesinados, Secuestrados y Desaparecidos en el Mundo’, elaborado por la ONG Reporteros Sin Fronteras (RSF). En este documento, se desprenden datos muy reveladores respecto del contexto actual de la libertad de expresión, la libertad de prensa y el ejercicio periodístico a nivel global. Veamos.
Durante el 2022, RSF registró el encarcelamiento de 533 profesionales del periodismo, y los medios de comunicación en el planeta: 432 de ellos eran ‘periodistas profesionales’; 83 ‘periodistas no profesionales’; y 18 más ‘trabajadores de medios’.
Esta ONG enfatiza que el récord alcanzado, en 2022, superó en un 13.4% al de 2021; mismo que, a su vez, acreditó un aumento del 20% respecto del año anterior. De modo que la criminalización de las voces críticas, ejercidas a través de cualquier medio de expresión, ha crecido exponencialmente en los últimos años.
Por su parte, es importante destacar que, casi dos terceras partes de los periodistas encarcelados en 2022 (63.6%), se encontraban sujetos a ‘prisión provisional’ o ‘prisión preventiva’, es decir, privados de su libertad ¡sin ser sentenciados!, para así purgar “una pena, sin condena”.
En ese sentido, en el informe se establece el TOP 5 de países con mayor número de periodistas encarcelados, que son catalogados como “las cinco mayores cárceles del mundo” para los medios informativos, el cual se compone de la siguiente manera: 1º China, con 110 periodistas en la cárcel; 2º Birmania, con 62 comunicadores tras las rejas; 3º Irán, con 47 tantos privados de su libertad; 4º Vietnam, con 39 tantos; y 5º Bielorrusia con 31 reporteros en prisión.
De modo que más de la mitad (54%) de los periodistas encarcelados en el planeta se concentran en apenas cinco países de Asia y Oriente Medio.
Por otro lado, RSF contabilizó a 57 profesionales del periodismo y los medios de comunicación asesinados en el orbe en 2022: 53 de ellos eran ‘periodistas profesionales’ y cuatro más ‘trabajadores de los medios’.
Al respecto, RSF, señala que, durante el año anterior, “57 periodistas han pagado, con su vida, su compromiso con la información, frente a los 48 asesinados en 2021, y los 50 en 2020”.
De forma que, en este tenor, también se registró un repunte de la violencia ejercida en contra del periodismo libre, crítico e independiente. Particularmente alarmante resulta el hecho de que el 65% de estos homicidios ocurrieron en países en contextos “sin guerra”.
Lastimosamente, es México quien lidera el ranking internacional con 11 periodistas asesinados en 2022. En un 2º sitio le sigue Ucrania, debido a la cobertura periodística de la guerra en aquel país sostenida con Rusia. Haití (6), Brasil (3), Siria (3) y Yemen (3) se encuentran por debajo en orden descendente de este sangriento ranking.
Así es como nuestro país, desde hace más de una década, se sigue figurando, año tras año, como el país “más mortífero para el periodismo” en el planeta —esto a pesar de los mecanismos de protección de protección para los periodistas en riesgo, como sostiene RSF—.
A su vez, se advierte que, por más de 20 años consecutivos, la región latinoamericana se ostenta como la más peligrosa y letal para ejercer las profesiones comunicacionales, al captar, el año pasado, casi la mitad de los asesinatos ocurridos a nivel internacional (47.4%).
Finalmente, la ONG destaca que la tríada relacionada con el móvil asociado a los asesinatos de periodistas es el siguiente: 1.- Los reportajes en zonas de guerra o conflicto bélico; 2.- Las investigaciones sobre el crimen organizado, mafias y pandillas; y 3.- El periodismo que informa de la corrupción, los abusos de poder, el tráfico de influencias, los sobornos y la crítica al poder político.
En efecto, se trata de un balance muy crítico para los derechos fundamentales que pretende consagrar un régimen democrático, como el derecho a disentir, el derecho a la oposición y el derecho a la crítica del poder (formal o informal), lo que, desde luego, termina por evidenciar que, el pleno ejercicio de la libertad de expresión, la libre manifestación de las ideas y la libertad de prensa han pasado a ser un cruento realismo francamente distópico.