Desaparecerán las cabinas telefónicas?

Desde su aparición en 1889, la cabina telefónica ha ocupado un lugar preferente en las esquinas urbanas y rurales del planeta.

A través de la historia se han transformado en tamaño, color y dimensiones, pero –a pesar de la llegada de la telefonía celular– continúan siendo las aliadas de las emergencias.

El teléfono, invento atribuido a Alexander Graham Bell en 1876, ha evolucionado de forma importante desde su creación. Uno de los primeros cambios fue gracias a William Gray, un inventor de Connecticut, Estados Unidos, quien patentó la cabina de teléfono público 10 años después.

La idea surgió cuando la esposa de Gray enfermó y él tuvo que correr a una fábrica que se encontraba cerca de su casa y pedir que le dejaran llamar por teléfono a un hospital, pero su petición le fue negada.

El proyecto de Gray no habría tenido éxito si previamente el empresario de Kansas City, Almon Brown Strowerg, no hubiera patentado la central telefónica automática que eliminaba a la operadora, es decir, el teléfono cómo hoy lo conocemos, así la persona sólo necesitaba marcar el número seleccionado para establecer la comunicación con un interlocutor.

Poco más tarde surgieron los teléfonos de disco rotatorio, el cual producía impulsos eléctricos según el número marcado –modelo que predominó hasta la década de los 70–.

Cabe señalar que previo a este año, las comunicaciones telefónicas se llevaban sólo a través de las operadoras, a quienes el cliente les proporcionaba el número al que deseaban llamar.

Aunque hoy resulta obvio notar los beneficios, las centrales automáticas no fueron adoptadas por las grandes compañías de teléfonos de Estados Unidos sino hasta después de 1900. La empresa Bell, la más grande de la época, sustituyó a las operadoras hasta 1919, pues hasta entonces se convenció de que el teléfono automático era seguro y rentable.

Londres

La cabina telefónica más popular de todas es la roja, tradicional de las ciudades del Reino Unido. Este icono se resiste a abandonar la ciudad pese a que se ha reducido mucho su número, muchos quieren mantenerlas como símbolo de la capital.

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