Mujeres migrantes

DIVISADERO/ Eduardo González

Sin duda, la feminización de la migración en América Latina se ha profundizado propiciando condiciones cada vez más adversas para las mujeres, tanto en el contexto de su recorrido migratorio, como en las condiciones de asentamiento en las nuevas territorialidades.

Las difíciles e insalubres circunstancias de arribo y permanencia en las ciudades a donde llegan son materializadas en la explotación laboral que sufren ellas.

Esta situación quedó asentada en el documento titulado Menuda manera de ganarnos la vida.

Mujeres migrantes contra la violencia y el acoso en el mundo del trabajo en Argentina, Brasil, Perú, Colombia, Guatemala y México, realizado por la Alianza Global contra la Trata de Mujeres (shorturl.at/imyDN) para lo cual fueron entrevistadas 172 mujeres migrantes.

Los resultados de la investigación dejan en claro las difíciles condiciones de trabajo a las que acceden las mujeres migrantes, lo que potencia la de por sí vulnerable situación que las obliga a migrar y asentarse en países distintos a los suyos.

El tinglado laboral en el que se desenvuelven contiene las peores características de lo que pudiéramos catalogar como “trabajo en negro”, en un amplio espectro.

Lo que cotidianamente viven cientos de miles de mujeres migrantes que trabajan en el sector servicios, en el servicio doméstico, la maquila, la venta ambulante y el trabajo sexual, para sostener a sus hogares en la tierra que las vio nacer, haciéndose cargo de los aspectos físico, emocional y financiero, van desde racismo y xenofobia; precariedad; salarios bajos, menores aún a los que reciben los hombres migrantes o las mujeres locales; nulas prestaciones; jornadas excesivas de trabajo; carencia de días de descanso; ausencia de contratos laborales, solo convenios verbales; sin seguridad social; despidos injustificados; violencia física, psicológica, sexual; acoso laboral, y en muchas ocasiones privación de su libertad viviendo en el encierro o aceptando la retención de sus documentos de identidad.

Todas ellas bajo un esquema patriarcal-capitalista de explotación sin límites.

Incluso, lejos de tener la solidaridad de la sociedad, las mujeres migrantes son miradas como culpables por “aceptar” trabajar en esas condiciones y no denunciarlas.

Como ellas mismas refieren, las difíciles condiciones de trabajo son soportadas por la necesidad de laborar, y no se denuncian por temor de perder el empleo.

Sin duda, nada de eso cargarían en un contexto favorable.

Para la mayoría de ellas es “mejor callar y trabajar”.

Esa, y no otra, es la dura realidad de la “nueva normalidad” que sufren las mujeres migrantes en sus centros de trabajo.

Maestro investigador del TEC de Monterrey

@contodoytriques

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