12 de Octubre…¿Sí se olvida?

GarciaPimentelA LAS COSAS POR SU NOMBRE/Francisco García Pimentel

Aunque cada año por estas fechas aparecen algunas publicaciones similares, ahora las he sentido un poco más. El incesante grito de los anti historiadores que insisten en “borrar” a Cristóbal Colón de la historia porque no es el “verdadero descubridor de América” ha aparecido en diversos medios de México y el mundo.

¿Argumentos? Les sobran. Que ya habían llegado antes los Vikingos. Que América ya estaba poblada por sus propias culturas prehispánicas. Que no hicieron más que abusar y robar de las tribus mesoamericanas. Que ni siquiera llegó a México. Que se equivocó y pensaba que había llegado a oriente asiático. Que él ni siquiera descubrió que la tierra era redonda.

No me detendré a defender o atacar cada una de las afirmaciones del párrafo superior. Todo esto no es más que ruido propagandístico que absorbe y reescribe la historia a posteriori, sin conocimiento ni perspectiva, para acomodarlo a las tendencias modernas, cuyo objetivo es reducir el valor de lo logrado a través de la historia, y eliminar por completo la importancia de la mezcla de culturas europea y americana para el nacimiento de lo que hoy es nuestra verdadera identidad.

Esta ruptura con el pasado es señal inequívoca de una cultura soberbia que se asume superior a sus propias raíces. Pero desconocer las propias raíces es desconocerse a sí mismo, y con ello desdibujar el derrotero que permite caminar hacia adelante, y no solo divagar sin rumbo claro. Aborrecer las raíces propias y perder referencias reales no es renacer, sino flotar a la deriva.

Ningún pueblo de la tierra es un pueblo originario. El 100% de los países, culturas y estados son el resultado de un largo, larguísimo proceso histórico de migraciones, luchas, victorias y derrotas, conquistas y dominaciones. Los celtas de Irlanda no niegan la existencia de Julio Cesar, sino integran en su larga historia los embates –unos buenos, otros no tanto- que han dado lugar a su moderna cultura: una mezcla de lo celta y lo europeo. Los argentinos no niegan la relevancia de la migración italiana, ni los australianos dudan de la relevancia histórica de la colonia británica.

Querer borrar la historia y a sus personajes es un sinsentido que puede salir caro; y esperar que cada uno de los forjadores de una cultura sea sabio, santo y perfecto es una tarea absurda y ridícula, propia de mentes primarias, educadas bajo la noción de que la historia se conforma solo de “buenos” y “malos”. La cosa resulta burdamente insostenible cuando el espejo nos dice que somos hijos de ambos.

Cristobal Colón descubrió América. Es decir: realizó la exploración que permitió la fusión definitiva de dos continentes. No era ni un geógrafo ni un filósofo ni un político ni un navegante modelo. Pero el hecho concreto es que lo hizo. Por ese solo hecho (quizás el evento más trascendente a nivel global en los últimos mil años) se le reconoce y su nombre merece estar inscrito en todos los libros de historia. No fue, como Cicerón, un gran estadista; ni como Napoleón un increíble estratega; ni un santo como Tomás de Aquino. Fue un explorador. Como todos ellos, un poco loco y con variadas motivaciones. No se juzga su carácter, sino el hecho: cruzar el Atlántico para enfrentar lo

desconocido, en un momento en que tal audacia podía significar la muerte; y haber tenido la suerte (sí, la suerte) de topar con un continente.

Todos los próceres tienen luces y sombras; amigos o enemigos. El objeto de la historia no es promover valores políticos actuales, sino ayudarnos a saber más sobre quiénes somos, de dónde venimos y a dónde podemos ir; aprender de nuestros errores y nuestros aciertos (que se cuentan, ambos, por millares) y utilizar ese conocimiento como plataforma para seguir construyendo.

No hacen falta adjetivos en la historia; y en usarlos radica el peligro. No hace falta borrar a Cristobal, o a Cleopatra o a Atila solo porque a nuestra percepción moderna causen agruras; tampoco a Nerón o a Stalin o a Hitler. Es suficiente decir: esto fue lo que hicieron y estas fueron las consecuencias, buenas y malas. El hecho es que estamos aquí hoy, y somos quienes somos. ¿Qué podemos aprender de esto?

George Orwell dibuja en su magna obra “1984” la capacidad corruptora del manejo de la historia, y el peligro latente de borrar las cosas que no nos gustan o son útiles. El único resultado es la ignorancia, y a través de esta ignorancia, el control.

Así que no te pediré que celebres o que hagas fiesta por lo que fue; esa es tu prerrogativa. Pero sí te recordaré esta idea que robo de Francisco Ugarte: la felicidad consiste en vivir en la realidad. Lo que es; lo que ha pasado, no se puede cambiar. Lo único que puede cambiar es nuestra actitud ante lo que se nos presenta, y las decisiones que nos permitan mejorar para construir un futuro mejor.

Director General de DiezLetras Comunica

@franciscogpr

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