Tiempos de censura

CESAR-NUEVA

RESTAURACIÓN/César Ruvalcaba Barba

“Estoy con dudas, no estoy seguro de que López Obrador pueda ser la mejor opción pero, en general, la gente vota por el menos peor”, dijo en entrevista el actor y comediante mexicano Eugenio Derbez al ser cuestionado sobre su opinión del proceso electoral mexicano.

La reacción en redes sociales fue un llamamiento masivo al boicot de su nueva película “Hombre al agua”. Más de 25 millones de impresiones del hashtag #Derbez en un solo día y comentarios como “Yo no iré a ver tu película, eres parte de los malditos de Televisa, no te apoyaremos, más boicot contra ti” fue el resultado de externar su opinión.

Esto ejemplifica un fenómeno progresivo de censura que se está viviendo en la sociedad mexicana a través de las posibilidades que brinda la conversación en las redes digitales y agravado por el proceso político-electoral.

Particularmente, me parece una cuestión que debería llamar la atención de todos, incluso alarmarnos.

No quisiera repetir el estribillo de la “máxima libertad de expresión” en la democracia, ni la importancia de disentir y debatir públicamente.

Me parece mucho más preocupante abordar el asunto desde otra perspectiva: toda forma de censura es una forma de auto-censura. Luego, este proceso de censurar al “otro” al “diferente”, es también una forma de irnos imponiendo límites apenas perceptibles pero fundamentales.

Noelle-Neumann publicó en 1977 la teoría de “la espiral del silencio”. A grandes rasgos y de manera reduccionista, esta teoría sostiene que la sociedad se auto-limita a manifestar opiniones o ideas contrarias a las mayorías, a la opinión generalizada.

Esta limitación no es coactiva o impuesta por la fuerza de algún agente externo; es una auto-censura estructural propiciada por el miedo de ir contra la corriente y quedar excluida de cierto tipo de sentido común. Tiende entonces a uniformar la opinión pública.

Sin embargo, el fenómeno de la censura en estos tiempos de las redes digitales no propicia precisamente una uniformidad a través de estructuras culturales, más bien reprime ciertas opiniones por el miedo a ser atacadas agresivamente.

Es tiempo de cuestionarnos ¿qué puede suceder de continuar –a agravarse- esta tendencia? ¿Cuáles son los efectos de “linchar” opiniones que disienten de las nuestras?

En cierto sentido, al censurar agresivamente al “otro” también vamos construyendo diques a nuestro pensamiento, a nuestra capacidad de externar opiniones. Y no es porque crea que toda censura sea negativa a priori; es deseable construir proyectos éticos comunes que necesariamente impugnen prácticas que atenten contra los derechos fundamentales o los principios que compartimos.

Pero creo que estos procesos deben ser proactivos, es decir, de construcción cultural y no destructivos, de negación a la diferencia.

Tan solo reflexionemos ¿cuántos periodistas estarán dispuestos a polemizar si saben que una simple palabra incorrecta –o descontextualizada- puede provocar su ruina? ¿Cuántos políticos tan solo repetirán frases huecas y agradables a la audiencia por temor a poner el dedo en la llaga de los problemas y herir susceptibilidades? ¿Cuántos lideres sociales que luchan por causas de las minorías no correrán el riesgo de ser linchados por defender ideas contrarias al “sentido común”?

En definitiva, se avecinan tiempos de contrastes y auto-críticas a nuestra propia forma de sociedad. Las redes digitales nos permiten aumentar la conversación pública y facilitan los espacios de discusión.

Espero sinceramente que no se confunda la capacidad de enfrentar ideas con la posibilidad de ahogar discursos. Si queremos que nuestra voz se escuche, que sea a través de argumentos, de exposiciones y de fundamentos.

Porque el grito en el desierto sirve para reivindicar su verdad, no simplemente para acallar la verdad de otro. También de esto va la próxima elección presidencial.

Investigador y doctorando en Universidad Autónoma de Madrid

@Cesar_Ruvalcaba

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