La presidencia de México: se abre concurso por próxima vacante

CESAR-NUEVA

RESTAURACIÓN/César Ruvalcaba

Hace unos días asistí al seminario ¿Qué está en juego en México? donde se reflexionaba acerca del proceso electoral mexicano.

Me llamó especialmente la atención un panel denominado “la lucha por el poder” en donde periodistas y académicos discutían sobre las alianzas de los partidos políticos de cara a la elección presidencial.

Unos aseguraban que era imposible conciliar un programa de gobierno común entre PAN, PRD y MC debido a sus discrepancias ideológicas.

Otros señalaban que era incomprensible la coalición entre MORENA y el PES. Todos intentaban explicar qué pasaría si estas formaciones accedieran al poder. Se cuestionaban qué harían con ese poder: cómo podrían propiciar una transformación.

Luego de escuchar los argumentos descubrí que el problema radicaba en el planteamiento de la pregunta, en la falacia del enfoque.

En México no se está disputando el poder, se están disputando lo cargos públicos. Es una contienda por acceder a los espacios de representación política, no es una lucha por el poder político.

El poder, como concepto, implica la capacidad de transformar las cosas. Según Weber, “es la capacidad de ejercer autoridad sobre la sociedad”; para Foucault “es una relación entre dominantes y dominados, en donde los primeros tienen la posibilidad de guiar la conducta de los segundos”.

El poder estriba entonces en la facultad de modificar las relaciones sociales, de alterar el orden establecido.

Eso no está en juego en este proceso electoral. Las alternativas políticas que se presentan constituyen parte de un idéntico entramado.

Su discurso es el mismo con diferentes matices y acentuaciones. Sus planteamientos radican sobre el “cómo” hacer determinadas cosas, no sobre “qué” hacer. He ahí la diferencia fundamental. Quien ejerce el poder en México no se presenta a las elecciones ¿para qué?; solo se presentan los que quieren el cargo de delegados y celadores de los intereses del poder.

Las alianzas en la elección presidencial se comprenden en la lógica de ocupar un cargo público. Es decir, para pensar las coaliciones partidistas hay que pensarlas como estrategias para acceder a cargos de representación.

De esta forma sí tiene sentido. La razón es más bien simple: en este tipo de alianzas no importa la ideología, los principios o la posibilidad de acordar los términos de una reestructuración política, por el simple hecho que no se considera esa posibilidad.

Lo que importa es ganar y punto. Bajo esta perspectiva resulta más sencillo comprender los alcances y objetivos de las coaliciones presidenciales.

Si se intenta pensar en términos de “lucha por el poder”, es simplemente imposible entender estas estrategias porque no existe un espacio común sobre el cual edificar la transformación y el proyecto de sociedad compartido que requiere el ejercicio del poder.

La estructura de las alianzas políticas frustra en sí misma cualquier transformación profunda.

No se trata de ser conformistas ni resignarnos a esta condición; se trata de analizarla y asumir que el problema de nuestra democracia es que la hemos abandonado a su mínimo y en esta lógica no es capaz de ofrecer alternativas de transformación.

Por eso no nos engañemos, hoy inician los tres meses de campaña por el cargo de presidente de México. La lucha por el poder será en otra ocasión.

Investigador y doctorando en Universidad Autónoma de Madrid

@Cesar_Ruvalcaba

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