Elección sin ilusión

CESAR-NUEVA

TRIBUNA/César Ruvalcaba

Todo parece indicar que se avecina en México una elección sin ilusión. Un proceso electoral en el que se vota “porque se tiene que votar” pero que no logra despertar en las personas esa sensación de que es posible que suceda algo distinto.

Las alternativas que se presentan para gobernar el país parecen ser lo mismo. Las mismas élites que se revuelven, se amalgaman, se revuelcan, hacen malabares, se contorsionan y se enmascaran para que no cambie nada.

Se pelean, se gritan y se ofenden para luego reunirse, abrazarse y mantenerse… sí, mantenerse vigentes en distintos partidos y con distintos colores pero siempre los mismos. Para convencernos de que solo ellos “pueden”, de que los necesitamos, que su amor por México es tan grande que están dispuestos a mancharse en el pantano de la desprestigiada política.

Pero no son adversarios políticos, son competidores de un mercado: del mercado electoral. Es por esa razón que calculan su interés y utilidad. El objetivo es sustituir a quien ocupa los espacios de poder, pero sin trastocar al propio poder, ¿por qué patear el pesebre? Mucho menos cuando puede ser su turno en el vértice de los dividendos.

No existen proyectos entre los cuáles decidir. Y no me refiero a ideologías que contrasten, a programas que sean capaces de patear el tablero político, de retar el formato de las relaciones de poder. Me refiero a que ni siquiera existen discursos disponibles en los que puedan reflejarse millones de mexicanos sumidos en el desánimo que suele ser la antesala de la desesperanza.

Las alianzas partidistas no pueden sino propiciar náuseas. Y no es por la manifiesta incoherencia ideológica –si cabe hablar de ideologías- sino por su patética escenificación de confrontación, cuando en realidad son simples mercenarios de otros intereses, meros delegados de quienes ostentan el poder desde la comodidad de las sombras.

AMLO quiso representar en su momento una alternativa y logró poner el debate en la mesa. Pero las heridas de dos batallas contra los ejércitos de “la razón” le dieron la experiencia suficiente para reevaluar su estrategia. El relato neoliberal lo convenció de que hay que acercarse al “centro”, pactar con quien sea, jugar su juego, ser amigo de empresarios y banqueros, nunca ofenderlos ni retarlos –son muy sensibles-. En esa nueva estrategia, ahora se confunde con el resto de competidores. Parece ya una estrella más del canal de las estrellas.

Pero tal vez yo esté equivocado y el proceso electoral logre entusiasmar a la mayoría. Probablemente en las próximas semanas los candidatos dejen el performance de niños peleando por dulces y se asuman como verdaderos adversarios políticos. Quiero creer que es posible que alguien plantee un proyecto alternativo al poder.

Y si no, tampoco está perdido todo. Si del desánimo surge la desesperanza, de la desesperanza puede surgir la indignación. Y un pueblo indignado es un pueblo dispuesto a luchar.

Investigador y Doctorando en Teoría Política. Universidad Autónoma de Madrid

@Cesar_Ruvalcaba

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