La conversación de Año Nuevo

GarciaPimentel

A LAS COSAS POR SU NOMBRE/Francisco García Pimentel

Ha sido un común denominador en las últimas semanas esa charla –lo mismo de elevador que de desayuno, cena o pasillo- en donde tras las obligadas felicitaciones de año nuevo, aparece el percibido pesimismo universal. La escena corre así, más o menos, y la he vivido por lo menos unas diez veces, como un incómodo deja-vu. ¿Cuántas veces la has tenido tú?

  • Hola ¡Feliz Año!
  • ¡Feliz Año, Francisco! ¿Cómo la pasaste?
  • Tranquilo, con la familia. ¿Y ustedes?
  • En (ponga aquí cualquier ciudad de México o el mundo) con la familia también.
  • ¡Ah, qué bien!

Y es aquí donde cambia el tono de la conversación. Pregunta alguien en el grupo:

  • Y ¿cómo ven el año?

Los demás intervienen rápidamente. Es un concurso de pesimismo, a fin de cuentas.

  • No… pues muy difícil. Entre gasolinazos y plomazos, ahí la llevamos.
  • Sí… y de los candidatos ni a cuál irle. Todos para llorar.
  • Bueno, pero con tal de que no gane éste.
  • ‘Pos sí, pero tampoco el otro, y mucho menos aquél.
  • ‘Ta canijo.
  • A una amiga de mi prima la robaron afuera del banco.
  • Sí, pero a la tía de mi abuela la asaltaron en su casa. Eso es peor.
  • Es que así no se puede. De plano.
  • De plano no, no no.

Luego un silencio tenso, y todos asienten. Porque así, de plano, no se puede, no, no, no.

La queja genérica es la forma más baja de activismo. Está apenas por arriba del borreguismo ciego, pero es aún más triste. Es también la más perezosa, la más vulgar y viral.

Es la que infecta y se reproduce hasta acaparar todas las conversaciones. No construye, ni propone, ni alegra, ni nada. Solo embota los sentidos y apaga la luz.

La queja genérica no hace una pausa para preguntarse a sí misma algunas cuestiones clave. Por ejemplo, si todos los candidatos son malos… ¿Cómo esperábamos que fueran? ¿Cuándo o en dónde la decisión política ha sido sencilla?

Quejarse de lo mal que están los partidos o los candidatos es una sinrazón y, a lo menos, una pérdida de tiempo. No existen partidos, políticos o candidatos universalmente queridos o buenos en ninguna parte del mundo. Esa es nuestra tarea.

La queja genérica apunta el dedo para todas partes y para ninguna. Se para en medio de la lluvia a llorar. No busca refugio, ni bebe el agua, ni vende paraguas, ni siembra arroz, ni guarda líquido, ni ríe con las gotas. No; solo llora sin darse cuenta de que sus lágrimas no restan, sino abonan, al mismo torrente del que se queja.

Yo sigo afirmando que México no es un país perfecto, pero sí el mejor. He dicho, sí, el mejor. Sí no te convenzo de que es el mejor, por lo menos te he de convencer de esto: es el que tiene mayor potencial.

Todos los países tienen sus propios problemas y sus propias soluciones, y si crees que los suizos o los finlandeses tienen resuelta la vida, piensa dos veces. Es una creencia no solo traidora, sino también falsa.

De entre las cientos de cosas que tenemos que cambiar de México, yo propongo hoy que empecemos una: la conversación.

Las palabras tienen un poder mayor que las espadas; y no es metáfora. La inclusión generalizada de términos en las conversaciones normaliza situaciones que no lo son, y hace universal lo particular. Es una falacia común, la inducción casuística.

Si yo no viviera aquí, por las solas conversaciones de mis amigos podría llegar a la conclusión de que México es un país inhabitable, violento, miserable y en guerra, como una película de Mad Max o un Walmart en Buen Fin.

Me basta abrir los ojos, comer en familia o caminar al parque para darme cuenta de que no lo es, ni tiene por qué serlo.

No abogo por un optimismo tonto y agachado, sino por una conversación consciente, que construya y proponga. En el espectro del activismo, la queja es para principiantes y brutos.

Hacia arriba le siguen, en este orden: la denuncia, el estudio, la propuesta y la acción concéntrica de adentro hacia afuera.

Así que sin más, ¡Feliz 2018! Y que en las conversaciones que tengas hoy, dejes de llorar en la lluvia y te propongas ser el primero en decir: sí, sí, sí.

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El autor es abogado y master en política internacional. Padre de tiempo completo; cinéfilo y novelista de tiempo parcial. Recibe flores y tomatazos en twitter @franciscogpr

 

 

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