Rusia: las claves para una revolución lejana

CESAR-NUEVA

RESTAURACIÓN/César Ruvalcaba

En estos tiempos tan dinámicos, donde la inmediatez es la constante y el tiempo corre a tal velocidad que las noticias de ayer ya forman parte del pasado, pareciera ocioso comentar un movimiento revolucionario ocurrido hace cien años.

Sin embargo, hay momentos en la historia que se revelan como llaves para entender la evolución social que nos ha traído aquí, a esta forma de mundo que conocemos.

Una de esas llaves para comprender la historia es la Revolución Rusa, que este 7 de noviembre cumplió 100 años desde su acontecimiento.

Ustedes podrán preguntarse qué tiene que ver con nosotros una revolución de un país lejano, que ocurrió hace un siglo y que ni siquiera habíamos escuchado comentar (probablemente, para muchos es desconocida).

Pero este hecho histórico no solo significó una transformación para el pueblo ruso sino que supuso un parteaguas en el siglo XX que reconfiguró la geopolítica del mundo y, sobre todo, reivindicó una serie de conceptos que enarbolaron una forma distinta de concebir a la economía y la sociedad.

La Revolución Rusa fue una revolución socialista. Esto implicaba una alternativa a la sociedad capitalista y una crítica a la forma democrática liberal que imperaba.

Esta revolución despertó –y aún despierta- la fascinación de muchos por su carácter altamente simbólico y la construcción de un relato idealizado a través del tiempo.

Lo cierto es que puede representar la narrativa secular mas grande de la historia.

El triunfo de los bolcheviques fue el inicio de un sistema basado en la teoría marxista del comunismo -con su particular interpretación leninista- que convirtió a un país sumamente atrasado industrialmente en una superpotencia que sería decisiva en la derrota de la Alemania Nazi en la segunda guerra mundial.

Tal fue la consecuencia histórica de la Revolución, que en la posguerra se conformaría la denominada URSS (Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas) generando un equilibrio mundial al oponerse –discursivamente y políticamente- a la gran potencia hegemónica: Estados Unidos.

La denominada guerra fría, la crítica de la deriva totalitaria del régimen soviético, los debates sobre la virtud del liberalismo sobre el socialismo, el paradigma de libertad individual o la solidaridad colectiva, la guerra ideológica convertida en formas de cine, de libros, de noticieros, de artistas, de discursos, siempre disputando la razón histórica, son parte de la herencia de casi 74 años de un régimen que fue disuelto en 1991, con la también simbólica caída del muro de Berlín el 9 de noviembre de ese año.

La historia cerraba así un ciclo pero su legado permanece vivo en los debates contemporáneos.

En una realidad actual de crisis económica, de ilegitimidad política, de una globalización que produce muchos más perdedores que ganadores y de una incertidumbre generalizada, pareciera que regresan los viejos debates sobre “el orden social correcto”.

El romanticismo fascinante del experimento soviético vuelve en forma de cuento, desprovisto de racionalidad como licencia del tiempo.

Los elementos que constituyeron el preámbulo de la “revolución de octubre”, el orden social que generó y sus consecuencias en la historia, conforman elementos fundamentales para entender el mundo de hoy.

Valdría mucho la pena tomar como pretexto la conmemoración de este centenario para descubrir, en la prolífica literatura al respecto, algunas claves contenidas en la historia revolucionaria de la lejana Rusia.

Investigador y Doctorando en Teoría Política. Universidad Autónoma de Madrid (UAM)

@Cesar_Ruvalcaba

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