La migración que América Latina no esperaba

DIVISADERO Eduardo González Velázquez

 

Históricamente América Latina se había consolidado como una región expulsora de personas migrantes, ya fuera a Estados Unidos, Canadá o Europa principalmente. En algunos casos, los países de la región recibían migrantes en tránsito que se dirigían a los lugares finales.

Hoy por hoy, la realidad migratoria latinoamericana ha cambiado radicalmente. Los escenarios que vemos no se habían manifestado anteriormente y están exigiendo respuestas diferentes por parte de los gobiernos para atender el flujo de miles de ciudadanos de nuestro subcontinente, pero también provenientes de Asia y África que han comenzado a quedarse en estas tierras.

Las nuevas estrategias migratorias de las personas colocan a Latinoamérica como un lugar de permanencia definitiva, no importa si proceden de una de nuestras naciones o vienen de otro continente. Así, los venezolanos comienzan a migrar para quedarse en Colombia, o los hondureños y salvadoreños hacen lo mismo para radicar en México. Los migrantes han comenzado a cambiar la idea del sueño americano, por el sueño latinoamericano, sin importar su origen.

Lo que esto está generando es el colapso de algunos lugares de arribo, porque ni gobierno ni sociedad estaban preparados para para recibir a miles de migrantes. Sea por falta de recursos, por ausencia de políticas públicas en favor de las personas migrantes o por la poca empatía de la sociedad, los nuevos lugares de arribo migratorio se han tornado en verdaderas ollas de presión.

El caso de los venezolanos es un claro ejemplo de lo que estamos viviendo. De los 5.6 millones de migrantes de ese país, 4.6 millones se encuentran en una nación latinoamericana. El número de migrantes internacionales en América Latina se ha incrementado de 8.3 millones en 2010 a 14.8 millones en 2020.

Hoy tenemos varios puntos que muestran la crisis migratoria que se vive en América Latina. Lugares incapaces de atender a los migrantes que llegan, pero que por su geografía se encuentran en zonas de tránsito, aunque las condiciones que ofrecen a los migrantes hacen casi imposible que continúen su camino y luego entonces, terminan por asentarse definitivamente en esos sitios.

La condición de estancia de estos migrantes es de “varados”, se encuentran en un impasse sin saber si podrán permanecer en donde están o tendrán posibilidades de seguir su camino. Es un atolladero que produce una indefinición sobre la atención que les ofrecen los gobiernos en albergues o campamentos improvisados, es decir, las autoridades en principio les proporcionan ayuda que se vuelve paliativa, y al paso de las semanas o meses, las necesidades aumentan y los recursos escasean. Entonces los campamentos improvisados se vuelven permanentes.

Así se encuentran al menos tres mil venezolanos varados en Iquique, a 1,500 kilómetros al norte de Santiago, la capital chilena. Los migrantes entran a ese país a través del pueblo de Colchane, cercano a la frontera con Bolivia, donde también experimenta el colapso de la comunidad por la llegada de cientos de migrantes, pues la mitad de su pequeña población es extranjera.

En los últimos meses los venezolanos no han parado de llegar a Chile y no tienen condiciones para seguir. La presencia de extranjeros en ese país se ha incrementado en los últimos diez años de 305 mil (1,8% de la población total) hasta 1.5 millones (7.5% de la población).

Una parte importante de ese incremento corresponde a los venezolanos quienes pasaron de 8 mil a medio millón del 2012 a la fecha.

Otro lugar colapsado es Necoclíen Colombia, cerca de la frontera con Panamá. Desde ese lugar se mueven migrantes con rumbo al norte de continente, pero como el costo es muy elevado y las condiciones de movilidad complicadas, hoy estamos viendo que los migrantes, sobre todo haitianos, han comenzado a quedarse en ese lugar cuya población es de 70 mil habitantes, de los cuales 20 mil son migrantes.

Dos zonas más que se encuentran desbordadas por la llegada de migrantes son Tapachula, Chiapas y las ciudades fronterizas del norte de México. Por un lado, en el sur no dejan de llegar haitianos y centroamericanos; mientras en el norte, ciudades como Reynosa, Acuña, Tijuana o Juárez reciben diariamente a cientos de migrantes deportados desde Estados Unidos o en espera de la resolución de su petición de asilo en la Unión Americana.

Sea como sea, las dos franjas fronterizas mexicanas tienen cada día una presencia mayor de extranjeros. En el caso de Tapachula, por ejemplo, 1 de cada 3 habitantes de ese municipio es originario de otro país.

Las complejas dinámicas migratorias que hoy miramos en los lugares arriba referidos, pueden extenderse a otras ciudades latinoamericanas más allá de las zonas fronterizas si las condiciones estructurales que generan la migración no experimentan un cambio favorable que permitan que las personas tengan el derecho a no migrar.

Profesor-investigador del Depto. de Relaciones Internacionales, región occidente. Tec de Monterrey.
@contodoytriques

 

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