HACIENDO ADOBES/Miguel Zárate
Nos quedamos cortos en metáforas o comparaciones con lo sucedido en la historia reciente de Latinoamérica, de pronto, aquí un personaje iluminado, solo para sí, con un halo redentorista y salvador del país. Su pensamiento -me parece exagerado elevarlo a nivel de ideología-, ha pasado de ser como decía la “esperanza de México” a la pesadilla de México, o al menos de quienes no convergen con él en una concepción surrealista y no realista de lo que enfrentamos.
Las expectativas se frustraron terriblemente. En el ánimo de la fuerza empresarial y productiva de la nación, de la intelectualidad nacional, de los trabajadores y empleados -incluso del mismo gobierno-, de los sectores sociales y del ciudadano común que no espera dádivas sino soluciones de fondo y sobre todo duraderas a la crisis económica, todavía flotaba un hálito de aliento porque el “jefe de la nación” retomara el camino.
Lástima, todo fue frustración y, lo que es más, no solamente fueron vapuleadas sus esperanzas con un mensaje que pasará a ser símbolo de la arrogancia del poder y el desdén a los demás, sino que también sus “detractores” a las pocas horas con las mismas descalificaciones, y el ataque a la crítica que solamente busca, dijo, “reinstaurar la corrupción”, mientras que su plan de reactivación ante la pandemia podría ser “un ejemplo para todo el mundo”.
Así, a esos niveles puede llegar el egocentrismo, el autoelogio, la vanagloria -más vana, imposible- sobre un proyecto que todos sabemos que hasta ahora ha sido más demoledor que transformador.
Si para el actual presidente de México una mortífera crisis de salud es algo “pasajero” y le viene como “anillo al dedo”, debería pensarlo dos veces en algún oculto lugar que quede en su conciencia, puesto que cualquiera advierte su inicial menosprecio ante la llegada de la epidemia, actitud desafiante que desconcertó a la sociedad pero, sobre todo, dio opción a la pérdida de tiempo valioso y mal ejemplo a quienes convencen fácil palabras como las de que “no pasa nada, salgan a la calle, abrácense, paseen, concurran en familia a los restaurantes”, y más cosas por el estilo pero, por lo demás, es un buen pretexto para que muchos mexicanos todavía anden por las calles, traten de salir a las playas, abarroten mercados y hagan hasta lo imposible por llevar su vida “normal”, al fin y al cabo, también lo hace el presidente.
La importancia de todo lo sucedido y sin saber aún todos los efectos que acarreará al país cuando, de por sí, nos debatíamos ya en una economía desdibujada y con tendencia a caer, con perspectivas negativas que no auguraban de este un año siquiera a nivel recuperación, el golpe ha sido -ojalá y no fuera así-, prácticamente devastador.
La hacienda pública se mantiene en sus objetivos primarios y miopes: los recursos son para obras sin sentido, o ayudar a los pobres, lo cual nadie cuestiona, pero en cambio las medidas solicitadas por los empleadores son desdeñadas, echadas a la basura, lo cual sin duda hará crecer esa misma pobreza, hacia más atrás, cada vez más hundida sin empleo ni ingreso seguro, sin salud, sin servicios básicos, sin que existan empresas autosostenibles que generen trabajo, riqueza y satisfactores ni, lo más paradójico, ni impuestos que vayan a parar a los programas del propio gobierno.
López Obrador quiere acabar con cualquier discrepancia y obstáculo en su ruta hacia la consolidación de su partido y de su hegemonía personal.
No obstante, está en la mente de los mexicanos y quedará por siempre que un buen líder no arriesga para su interés personal el futuro del pueblo y, menos, ante una contingencia que apenas comienza a aflorar.
Pese a su afán de dividir, López Obrador no podrá evitar que la unión que hoy pretende resquebrajar está resurgiendo, crecerá y creerá en que poner las cosas en su sitio, poner límites al poder y enderezar el rumbo, será el reto del 2021, el que podríamos llamar, desde ahora, el año de la verdadera esperanza de México.
